Rui Costa recitando en el bar 1900 de Huelva durante la última edición de Palabra Ibérica
Los últimos correos los mandaba desde Brasil, escribía desde Río de Janeiro, donde se había trasladado hacia ya un tiempo. Rui Costa se ha ido, o nos lo han arrancado, no sé, cuando las muertes suceden así, como un vaso que estalla sin esperar entre las manos, como el primer relámpago anunciando el trueno, nada vuelve a su lugar, habrá que dejar que la mano del tiempo ponga orden en esa vida que ahora se descuartiza. Todavía no tenía los cuarenta y nos deja tantas preguntas como respuestas, que ya sólo podremos interpretar en sus versos, en sus silencios.
con Inma Luna en El Viejo Café
Rui se me antojaba inquieto conversador, observador felino, ácido y cortante cuando menos lo esperabas, cándido y tortuoso. Con Rui jugué a la doble traducción, con ventaja claro, él dominaba mejor que yo la otra lengua, tradujo mi antología "So mais uma vez" y yo le contesté traduciendo su libro "El desayuno de Carla Bruni", ambos publicados en la colección Palabra Ibérica.
A Rui lo fui tratando a salto de mata, de encuentro en encuentro, entre correo y correo. Fiel a las convocatorias con las que tantas veces enredo a los amigos, se fue dejando sus versos en lugares comunes. Fue parte de EDITA, de Palabra Ibérica, de Correntes d'Escritas, parte de ese mundo que todos tenemos derecho a preservar del olvido, incluso de la muerte, por absurda y prematura que nos parezca.
con Fernando Esteves, Rui Costa, Golgona Anghel en Palabra Ibérica
"El
rey que llegaba para cenar"
Pero regresaba todos
los días.
todos los días la
boca junto al mar
regresaba y sus
manos empujaban
la arena por dentro
de la camisa. le pedían
que se escondiera
junto al espacio,
que la próxima vez
prometiera no
volar. En tierra los animales se cansaban
volar. En tierra los animales se cansaban
al atravesar la
duna. Las plantas querían
que él se
indignara; los cactus, sobre todo,
sabían que tras la
furia llegaba
siempre el sueño.
siempre el sueño.
después el tedio se
volvía altivo
y el vidrio de la
ventana se hundía por el eje
de la casa, el pan
dejaba los dedos solos
hasta el aliento. en
aquellos días era imposible morir.
las personas no lo
sabían y pasaban con la casa
de él a la espalda.
un día vinieron en busca
de su cuerpo pero
una especie de felicidad
se olvidó de
avisarlos: nos esperaban tres sacos
frente a la puerta
–huesos en el primero, la piel en el
segundo y en el
tercero, vacío, se había escondido el rey.
Cuando se llevaron
los dos primeros sacos
y dejaron el último,
ya el aire tomaba hacía mucho
las manos de su
reino, que nunca tuvo fin.
Rui Costa
con todo el cariño y la tristeza de los lugares que dejas