En mi viaje a Tijuana del pasado año tuve oportunidad de conocer al
nieto de un personaje singular, del que muy poco se sabe, y cuya labor
en favor de los republicanos españoles en el exilio, tras la Guerra
Civil, fue vital para su traslado a México. Algo había leído de él en la
novela de Jordi Soler "Los rojos de ultramar" y en el libro de Alfonso Canales "A Coatzacoalcos, el puerto de la esperanza".
Se trata de Gilberto Bosques Saldivar, un diplomático mexicano
destinado en Francia durante el gobierno de Lázaro Cárdenas. La historia
de este defensor de la libertad es realmente ejemplar, y no se
circunscribe a ese episodio. Conoció el México revolucionario de Villa y Zapata, y
tras su paso por Francia durante la Guerra Civil española pasó a
Lisboa, donde fue trasladado como diplomático, y continuó ayudando a
sacar españoles hacia la libertad, mediando ante la dictadura de
Salazar. Más tarde fue el último embajador de México en la Cuba de
Batista, y el primero en la Cuba de Castro. Una personaje que vivió en primera
persona momentos históricos del siglo XX. No creo que tarden en hacer
alguna película sobre él. De momento lo que ya existe es un documental, "Visa al paraíso" de Lillian Liberman, del cual adelanto noticia.
Por Leo Zuckerman (Excélsior, 11/01/2013)
En
la tradición judía, un “Justo entre las Naciones” es aquel no judío
cuya conducta moral es tan alta que se merece una recompensa divina. El
Museo del Holocausto Yad Vashem, ubicado en Jerusalén, utilizó este
concepto para homenajear a aquellos gentiles que ayudaron a salvar las
vidas de algún judío durante la persecusión nazi en la Segunda Guerra
Mundial.
Dice
el citado museo: “En un mundo de debacle moral generalizada, hubo una
pequeña minoría que supo desplegar un extraordinario coraje para
mantener los valores humanos en pie. Ellos fueron los Justos entre las Naciones,
que remaron contra la corriente general de indiferencia y hostilidad
que prevaleció durante el Holocausto. Contrariamente a la tendencia
generalizada, estos salvadores veían a los judíos como seres humanos
comunes y corrientes, incluidos dentro de su universo de obligaciones”. Y
ofrece ejemplos de conductas de los Justos entre las Naciones durante
el Holocausto: ocultamiento de judíos en los hogares de los
rescatadores o en sus propiedades, falsificación de documentos e
identidades, traslado clandestino y asistencia para la fuga, rescate de
niños.
Yad Vashem tiene identificados un total de 24 mil 356 Justos entre las Naciones de
los cuales sólo seis son latinoamericanos: dos brasileños, un chileno,
un cubano, un ecuatoriano y un salvadoreño. Es lógico: la mayoría de los
homenajeados son de países europeos donde se llevó a cabo la
persecusión antisemita. No hay ningún mexicano, lo cual me parece una
gran injusticia ya que por lo menos hay uno que se lo merece: Gilberto Bosques.
Don Gilberto nació
en 1892 y murió a los 103 años en 1995. De joven, todavía en la
adolescencia, se unió al movimiento revolucionario. Fue uno de los
partidarios más fervientes de Lázaro Cárdenas. Bosques tuvo
siempre convicciones políticas contrarias al fascismo que en aquellos
años era una opción política bastante popular en el mundo y en varios
segmentos de la sociedad mexicana.
El presidente Cárdenas lo nombró su cónsul en Francia con sede en el puerto de Marsella. Bosques llegó
ahí en 1939 y desde su posición diplomática se dedicó a salvar la vida
de miles de refugiados. Por un lado, expidió miles de visas para que
viajaran a México integrantes del derrotado ejército republicano español
y algunos luchadores internacionalistas que habían peleado en España en
contra del franquismo. Por el otro, el cónsul también libró visas a
judíos que se habían internado al sur de Francia huyendo del nazismo,
incluso contraviniendo la muy restrictiva política migratoria mexicana
con los judíos perseguidos.
No
sólo otorgó visas, sino que se encargó de mejorar las condiciones de
los presos del campo de concentración de la Gestapo en Vernet, además de
canalizar el dinero para comprar los boletos de barco de los
emigrantes. En total, decía Bosques, “ayudamos a
aproximadamente seis mil refugiados en Francia a llegar a México.
Ciertamente, otros cuatro mil recibieron visa mexicana, pero se quedaron
en Estados Unidos o en otras partes […]. Algunos utilizaron nuestros
papeles para salir de los campos y unirse a la resistencia. Necesitaban
los documentos para legalizarse”.
Bosques y
su equipo de trabajo se dedicaron a hacer realidad su lema de “salvar
vidas y más vidas”. Al respecto, recordaba: “Mis colaboradores no
repararon en esfuerzos. A veces trabajaban día y noche, sobre todo
cuando salía un barco. Acompañaban a los que iban a ser puestos a salvo,
porque queríamos tener un panorama de quién realmente iba en el barco.
Algunos eran arrestados poco antes y entonces se trataba de ayudarlos
para que fueran liberados nuevamente. Cuando se vio repentinamente que
aquéllos a favor de quienes expedíamos documentos no tenían fotografías
para pasaporte y que rehuían dejarse fotografiar en cualquier lugar
—pero también para ahorrar tiempo— instalamos un estudio de fotografía
en el consulado”.
Dice Danielle Wolfowitz, quien hoy está viva gracias a Gilberto Bosques,
que “no sólo salvó la vida de miles de personas sino que también dio la
posibilidad de existir a mis hijos y a mis nietos, que sin él no
estarían aquí. Todos nuestros descendientes están conscientes de este
hecho”. Qué bueno, pero este tipo de reconocimientos no alcanzan para la
estatura moral de Don Gilberto. Es una verdadera pena que Yad Vashem aún no lo haya reconocido como un Justo entre las Naciones. Se trata de un pendiente que la comunidad judía le debe a este mexicano heroico.