domingo, 31 de enero de 2010
juarez mon amour (1)
una habitación con vistas
Se puede caminar por la calles de Juárez, contra todo pronóstico, se puede caminar por las amplias avenidas de esta metrópoli del desierto, repleta de luces y de sombras. Y más allá de los helicópteros militares, describiendo círculos imposibles sobre nuestras cabezas, la lluvia termina abriéndose camino entre el azul y el polvo de la ciudad-frontera. Aquí, dónde todo empieza, dónde México toma nombre y en ocasiones lo pierde, la lluvia finalmente se impone. La pequeña población que fue llamada Paso del Norte y convertida en capital de la república en 1865, es hoy una ciudad de dos millones de almas que luchan por liberarse y sobrevivir a la pesadilla de las macabras estadísticas.
Voy en taxi, en un vocho, un volkswagen desvencijado en dirección al Puente Internacional, la frontera sobre el Río Bravo, donde quiero entrevistar al poeta Juan Armando Rojas Joo, cuyo abuelo, emigrante chino, cruzó del otro lado a principios del pasado siglo, para unirse a las tropas revolucionarias de Pancho Villa y la División del Norte. Cuando trazaron la frontera, el agua del río se quedó del lado gringo, como tantas otras cosas. El puente sobrevuela un cauce seco convertido en estacionamiento de coches y camiones. Pero hoy el agua, como una bendición anega el cauce, y los autos y las trocas y los camiones que hacen hasta dos y tres horas para cruzar al otro lado, la línea, como aquí la llaman.
juan armando rojas joo
Nos bajamos a pocos metros del paso fronterizo, bajo la fina lluvia y el ir y venir de vendedores de tamales, paletas, artesanías, refrescos y recuerdos de un país que no termina de despedirse, quizá porque también el otro lado sigue siendo parte del territorio al que nunca renunciaron. Y entonces me doy cuenta que perdí la cámara en el interior del taxi, y tomo otro de regreso al hotel. A penas unos minutos después el taxista, un hombre curtido, de ojos profundos, espeso bigote y afable sonrisa, me alcanza con la cámara entre las manos. Bienvenido a Ciudad Juárez.
El atardecer tiene una luz especial en el desierto, casi irreal cuando se funde en mágica concupiscencia con el neón de los comercios que proliferan en el centro de la ciudad, autentico paraíso farmacéutico para los vecinos del norte. Ciudad Juárez se resiste a perder el alma de sus cantinas y la vida alegre que siempre le caracterizó. Me cuentan que fueron éstas, las mismas cantinas de la Avenida Juárez, arteria de la vida social y cultural de la ciudad, las que impulsaron el primer asfaltado de su calzada.
el edificio de la vieja aduana
A pocos metros del paso fronterizo, cerca del edificio de la antigua Aduana, se alza uno de los emblemas de la ciudad, sobre la Avenida Juárez, se encuentra el club Kentucky, una especie de templo nocturno consagrado a la deserción del tedio. Cuna del universal coctel Margarita, vivió sus momentos de gloria en las décadas de 1920 y 1930, coincidiendo con los años de la prohibición en Estados Unidos. Sobre su añeja barra, donde hoy nos reunimos un grupo variopinto y perplejo de escritores y poetas venidos de lejanos lugares, alzaron alguna vez sus copas personajes como Steve McQueen, Liz Taylor, Richard Burton, Frank Sinatra, Ernest Hemingway, Marilyn Monroe o el boxeador Jack Dempsey.
Me resulta imposible sustraerme al recuerdo de otro Kentucky, también singular, donde terminaban las noches de farra, en fraternal comunión alcohólica, la canalla y la gente guapa de Barcelona, cerca del puerto, en el barrio del Raval. Pero aquí ya son las doce de la noche pasadas y en el interior se baila música latina y viejas baladas de los setenta, se citan versos y se dibujan sonrisas cómplices, de vez en cuando pasa un ángel y con más frecuencia una patrulla militar que nos recuerda que todo acto de alegría es un acto de resistencia en una ciudad donde el brillo de la noche deja paso al mate puro y duro de los uniformes.
En Ciudad Juárez el día es un buen aliado para caminar, permite que florezcan los mercados, el tránsito de personas y el bullicioso tráfico que anuncia la proximidad de la frontera. En el centro la ciudad hierve. Frente a la Catedral y la Misión de Guadalupe, levantada por los franciscanos en 1659, se abre un recoleto y frondoso parque, a la sombra del cual se reúnen grupos de familias, niños jugando, ancianos enfundados en amplios sombreros y vendedores de toda clase de mercadería. En las inmediaciones de la Misión se alza el mercado. Me detengo en un puesto de quesos, done me invitan a probar una especialidad de los menomitas, una secta cristiana establecida en la riberas del Río Bravo, y cuya economía doméstica esta basada en gran medida en la elaboración de este delicioso lácteo. Existe otro mercado, especializado en artesanías indígenas, muy cerca de la misma Avenida Juárez. Me cito con el escritor y poeta Miguel Ángel Chavez, en otro antro de ambigua reputación, el Club 15, un diminuto local que debe su nombre al supuesto número de parroquianos que pueden tomar su barra. Las paredes y techo están exageradamente empapeladas con cientos de páginas y fotografías de chicas de los “playboy” de los años ´60 y ´70. La barra la preside una serie de retratos a tamaño natural de las grande divas de Hollywood en ropa interior.
chela en mano junto a buba, en la cantina la antigua de chihuahua
los escritores eduardo antonio parra y luis humberto crosthwaite
la linea
paisaje urbano
juarez mon amour