martes, 12 de enero de 2010
floriano martins
POR DONDE CAE EL LENGUAJE
1.
Mi muerto no se parece en nada
a otros hombres que tuve
bien puestos dentro de mí.
Tal vez matarlo sea un exceso.
En ese enredo de máscaras,
que siempre me confunde,
no separo al muerto del vivo.
Me pongo en su lugar
para saber por dónde anduvo.
El cuerpo cercado por curiosos
se cita en muchos casos,
pero el muerto en otra parte.
Aún me exaspera ese hombre
como un espejo que se recompone.
Yo lo mataría mil veces.
Quizá lo que le falte a la vida
sea el deseo de tenerla,
haciéndola parte de la muerte.
Oigo lo que me pide:
mi muerto me quiere así,
matándolo siempre.
2.
Es difícil recuperar al muerto
después de una noche de ausencia
del enunciado del crimen.
Mejor no dejarlo solo,
rumiando sus motivos,
tal vez ocultando pistas.
Hay muertos que no quieren ser
recordados ni explicados.
Cuerpos cómplices de la muerte,
poco a poco se acumulan
como una herencia de la duda,
lo que lleva al ser a abandonarse.
Y muertos así esconden
detalles preciosos de la vida.
Hasta se hacen pasar por otros.
Quien los cuida debe
estar siempre atento de ellos,
pues se ocultan en todo.
He visto muertos uniéndose
en una sucesión de crímenes
que eran uno solamente.
3.
No quise nunca saberlo
dentro de tantas otras.
En mí estaba caliente,
no me dolía más allá del placer.
Que me viera con muchas,
a todas las recibía como si él fueran.
Mientras más dentro se metía
más sabía dónde verterlo.
No era sólo un crimen sin regla.
Recuerdo bien cuando lo maté:
nunca había disfrutado tanto.
Debía estar con todas en mí,
la mirada de ellas quemando la piel.
Él se me adhería como si fuera muchas,
y era mi hombre en tantas.
Y sabía que podía tenerlas en mí,
descarnándome con lujuria,
incluso mientras lo apuñalaba.
Un hombre así no se pierde.
Si nos quiere a muchas, nos reunimos
a celebrar lo que siempre soñó.