martes, 12 de enero de 2010

heriberto yépez

maníacos y locos,
rencos ubicuos con las greñas tiesas y la ropa
puerca y desgarrada
deambulan por las calles atoradas
hurgan entre los montones de basura colectiva, los desperdicios
afuera de las escuelas, comen la escamocha de los restaurantes
meten la mano y el hocico en las capitaneadas cajitas de comida china y revuelta,
recogen la lechuga rancia tirada alrededor de las taquerías
permanecen cerca de los puestos de comida callejera
porque esa es su única esperanza de comida tibia,
pero huyen de los taqueros porque sus delantales blancos embarrados
de sangre y pellejos les recuerdan los horrores de las enfermerías,
los maníacos pepenan las verduras pachichis afuera de la central de abastos,
comen gatos y palomas que asesinan y calientan
en los callejones y luego alacenan en los sobacos,
beben aguas negras en los parques públicos
y en los charcos que se anidan en los baches del asfalto,
rejuntan frascos, buscando latas entre las alcantarillas calamitosas
pordioserando botellas y alambres,
en sus rostros se extreman los rasgos del mundo externo
y la catacumba interior,
monjes locos
limosneros poseídos
ciegos embrutecidos, lisiados cínicos,
salen al paso
en la avenida
piden monedas aventando su mal aliento en la cara
de los cuerdos,
deformados por los días tronando
un vaso de plástico en la acera cicatrizada
por los pasos,
acosan escaparates y taxistas,
se mean en postes fálicos
e hidrantes estupefactos,
cruzan la calle desnudos enseñando la quemadura extensa,
tocan a secretarias semana inglesa y horas extras,
molestan a estudiantes a punto de titularse
de muerte por hambre, hacen caras
a ejecutivos esperando la luz verde del semáforo sobornado
por el reglamento municipal,
son incurables
los maníacos
jalan la camisa de los transeúntes, raspan
la ventanilla de los conductores,
se dejan crecer la barba hasta que una infección los deja
molachos y sin cejas,
empujan carritos de mercado
pandeados y ruidosos,
hacen muecas y oraciones
engendros de la ingeniería social
sordomudos heroinómanos
exigen su limosna
los más depravados se esconden
en algún sitio, una parada de camión,
un tiradero, una banca, los techos bajos
para aguardar benefactor o víctima,
los recoge la policía y la gerencia del hospital psiquiátrico local
no quiere saber nada de ellos, los dementes
son inmigrantes que enloquecieron
por el calor del pavimento,
drogadictos que se quedaron arriba,
extranjeros enajenados,
desempleados que a los pocos meses
de perder su escritorio, también perdieron la cabeza,
hombres y mujeres expatriados de su familia
apestados sociales
vociferan denuncias y estupideces
mientras se sostienen el transfigurado trapo
que usan de pantalones,
locos urbanos por todas las calles
gritando, arrastrándose,
llagados, apestosos,
pervertidos sexuales, vendedores de mercancías
robadas, carteristas, asalta indígenas y turistas,
sacos de golpear, criaderos de gangrena,
robachicos, violadores, desaparecidos
tostados por el sol, arruinados por el ruido de los
automóviles, muertos de escalofrío nocturno,
más asustados que cualquier otro ciudadano
de los tiroteos en la vía pública,
los locos caminan sin parar
se tropiezan con el gentío, los atropella el tráfico
maníacos y locos de una ciudad
que sólo les escupe baños de agua fría, golpizas
y monedas borradas por la codicia digital de los dedos contables,
para que se retiren de la vista
y no asusten
cuando la noche se desploma y los edificios abandonados
se vuelven espantosos, las farmacias apagan sus luces
exteriores, las zapaterías mandan a casa a sus
empleadas, y sólo queda el ruido de otros locos,
unos pocos comercios donde al tocar la cortina de hierro no exclama la alarma,
los maníacos callejeros comienzan a golpearse la cabeza,
se esconden unos de otros,
se meten a dormir en cajas de cartón desechadas por los consumidores
y las pizzerías,
tambos o cobijas arañadas,
repasan en la mente el mundo de los empleados y los cuerdos
(los hombres que pagan renta o lavan su auto),
y caen en la segunda parte de un viaje moribundo
pues
cuando la ciudad amenaza con hacerse noche
sus locos mueren
en cierto porcentaje



así abre el último libro de poemas que acabo de editar en la pequeña colección de autores mexicanos que dirijo, aullido libros, que bajo el título "contrapoemas" firma heriberto yépez, autor de tijuana como omar pimienta a quien ya edite "la libertad: ciudad de paso" y muy pronto el tercer autor de tijuana en la colección, roberto castillo. los tres editan por ves primera en españa con aullido libros y auguro una buena singlaldura, no les pierdan el rastro.






















Heriberto Yépez (1974) escribe narrativa, ensayo y poesía. Estudió filosofía y psicoterapia. Ha obtenido una docena de premios y reconocimientos regionales y nacionales en varios géneros. Entre sus libros publicados se encuentran las novelas Al otro lado (Planeta, 2008),  El matasellos y A.B.U.R.T.O (Sudamericana, 2004 y 2005) y los libros de crítica Ensayos para un Desconcierto y alguna Crítica-Ficción (ICBC, 2001) y Luna creciente. Contrapoéticas norteamericanas del s. XX (Cecut-Conaculta, 2002). Su obra en inglés Wars. Threesomes. Drafts. & Mothers fue publicada en Nueva York en el 2007. Es traductor de la antología de poesía y ensayística de Jerome Rothenberg (A Cruel Nirvana editada por El Tucan de Virginia) y de la obra aforística de William Blake (El diablo es parco. Aforismos de William Blake, Verdehalago, 2006). Así como autor de una trilogía sobre Tijuana (Made In Tijuana, Tijuanologías y el libro visual, co-editado con la antropóloga Fiamma Montezemolo y René Peralta Here Is Tijuana/Aquí es Tijuana, en edición doble, aparecida en Londres por Black Dog Publishing). Colabora regularmente en revistas de ambos lados de la frontera México-Estados Unidos y ha sido invitado a impartir conferencias o presentar su obra en foros como la Universidad de California en San Diego, Los Angeles y Berkeley, así como el PS1-Museo de Arte Moderno de Nueva York y recientemente en Harvard University. Actualmente tiene una columna semanal sabatina en el suplemento Laberinto del periódico Milenio de México y es catedrático en la Escuela de Artes en la Universidad Autónoma de Baja California en Tijuana, frontera con Estados Unidos.
De su obra en general, ha escrito Jerome Rothenberg: “Durante la última década los textos de Heriberto Yépez han estado abriendo fronteras, trayéndonos una nueva y aguda inteligencia que es de núcleo mexicano y de dirección internacional”.