martes, 15 de enero de 2008

la muerte menos temida












"por el corazón se conoce la verdad, en el corazón reposa la verdad"
(hrdayena hi satyam jânati... BU III, 9, 23)


Conozco a Mª Teresa desde que tengo uso de razón, incluso antes, mucho antes. Ella es mi madre, es decir, me dió el corazón, la vida. Pero creo conocerla algo mejor desde que mi padre murió el trece de febrero de 1998. A él y sólo a él le debemos el amor que mi madre transmite en estas páginas, en su propia vida y en su manera de concebir el mundo como una cadena de amor que no se extingue ni siquiera con la muerte. De ella heredé al mismo tiempo un elevado concepto del ser humano y la creencia de que la vida es siempre, ante todo, un don único que nos convierte en esa puerta existente entre lo cósmico y lo divino, en la conciencia que hace real el universo. De ella también heredé mucho más tarde un libro de William Somerset Maugham, "El filo de la navaja", que como todas las primeras lecturas, me conduciría a nuevos libros, a libros que jamás hubiera leído ni conocido, como las Upanisads, el libro sagrado de los vedas.

Me resulta tan difícl hablar de mi propia madre como agradable resulta dilatar la memoria o detener el tiempo cuando no se posee. Me regaló libros y le oí hablar alguna que otra vez de Pablo Neruda, Ghandi, Juan Ramón Jiménez, W.S.Maugham, García Márquez, etc., pero ignoraba que en su interior anidara el duende de la creación, la intención de proponer su propia lectura de la vida. Lejos de cualquier pretensión literaria -nunca la ha tenido-, los epigramas o reflexiones que realiza en este pequeño libro, son el ejercicio intelectual de una mujer que no se resigna simplemente a ser madre, hija o esposa, de una mujer que ante todo es un corazón que comprende y se interroga ante la realidad que le ha tocado vivir.

Mª Teresa inició, como yo más tarde, (esto si que es tradición) estudios que nunca terminó de Medicina y Filosofía y Letras, pero más allá de la anécdota persiste esa voluntad de conocer, de saber, de comprender, ese espíritu inquieto, que a mi, a mis hermanos y a cuantos la conocen nos ha dado tanta vida y amor a la vida. Aunque no le gusten las revoluciones, ella es, - siempre lo ha sido-, una revolución. Creo que toda persona que se propone intervenir, transformar y comprender la realidad en busca de un concepto más justo de la misma, es revolucionaria, lo quiera o no. Su optimismo inteligente, su filosofía positiva de la vida, su bondad intelectual y sencillez en el trato, no dejan de estar presentes en estas páginas que ahora presento. Y a pesar de no coincidir con ella en esas fortuitas y maravillosas contradicciones que nos hacen diferentes, ambos sabemos que la verdad reposa en el corazón.

Yo, en particular, soy de los que piensa que con el corazón también se piensa, de los que no da nada por perdido, de quienes afirman que los sueños son peligrosos pero más peligroso es vivir sin sueños. Y creo que lo soy y lo digo en buena parte por haber sido educado en ese espíritu luchador, inconformista y enamoradizo que tanto mi madre como mi padre me supieron transmitir.

Quiero advertir al lector, que esta edición es fruto de la insistencia y voluntad de sus hijos por ver publicados estos pequeños retazos del corazón de Mª Teresa. Ella nunca lo habría hecho. No lo necesita. Su vida interior es tan rica y precisa que no necesita el reconocimiento ni la crítica de quienes ahora nos atrevemos a desvelar su particular esencia del tiempo, del amor, del dolor y la ternura. Algo que ella, exquisitamente, siempre ha sabido preservar para quienes ama y la amamos.

Sé que algunas reflexiones transcritas en estas páginas puedan parecer contradictorias con todo cuanto he intentado expresar, pero baste con citar una nota a pie de página de Mª Teresa para entender su propia actitud ante esta edición. En esta nota me advertía: "Este pequeño libro no es para leerlo de un tirón, sino para leer cada día una frase y pensar en ella. Sólo así puede resultar optimista, positivo y lleno de fuerza. Si se lee de un tirón, resultará como una copiosa comida: indigesta".

No he hablado del sentido del humor de mi madre, de esa forma paradigmática de concebir la esperanza, pero creo que algunas pinceladas de éste, se escurren traviesamente entre sus sentencias. En realidad en mi familia el sentido del humor es una especie de código ontológico que no prescribe ni caduca por muy trágica que sea la realidad. Al fin y al cabo ese humor es siempre otra forma de amor, otra bondad que nos hace particularmente humanos a quienes la padecemos y hacemos padecer.

Como puede comprender el lector, no puedo sustraerme al cariño y al afecto que prodigo a mi madre. No me fiaría de quién no lo hiciese así. Pues no estoy hablando de un emérito escritor, sino de una mujer madura que madura en su existencia, y es por ende mi madre, un ser querido y en el que de alguna manera nos hemos formado. De tal palo tal astilla. No en balde mi madre nos enseñó a comer, andar, hablar y soñar, es decir, a sobrevivir, pero sobre todo, a ser felices y hacer feliz a quienes bien se deje.

Y en ese amor hemos crecido y crecemos. El mismo que de puño y letra de mi madre cierra este libro y está inscrito sobre la lápida de mi padre: "La vida no merece la pena vivirla si no dejas un rastro de amor a su paso". Quizá, por casualidades del destino, sea esta proclama a la vida, este alegato contra la muerte, fiel insignia del aquél lema de mi padre que tanto gustaba repetir:"La muerte menos temida da más vida", y más allá todavía, es, el fruto del conocimiento que alguna vez encontré en mis lecturas de las Upanisads: "Quienes lo conocen con el corazón o con la mente como situado en el corazón, esos se vuelven inmortales".

6 de Enero de 1999

(Prólogo al libro de mi madre)