La
tan cacareada “transición
española”,
lejos de ser una referencia democrática, parece más una chapuza
política, reconvertida en modelo para blanquear repúblicas
bananeras, que dio con su ley de punto final, carpetazo a los
crímenes de lesa humanidad, cometidos bajo la dictadura del general
Franco, fue un desafortunado y apresurado desatino, por pasar en blanco
una de las páginas más negras y tristes de la historia de España.
La transición podría tener su acta de nacimiento, el 20 de noviembre de 1975, con la
muerte del dictador, y su acta de defunción, el día 12 de marzo de
1986, con el referéndum de entrada de España en la OTAN. Entre
éstas dos fechas tiene lugar el solsticio del undenground
español,
una efervescencia cultural y política que iluminó el más utópico
de sus horizontes, durante las Jornadas Libertarias Internacionales
de la CNT- AIT en Barcelona, en julio de 1977, y su equinoccio, el 23
de febrero de 1981, durante la intentona golpista, que termina por
lavar la imagen, y dar patente de corso, a la monarquía española
restaurada por el dictador.
El
underground,
la contracultura, el rollo, la movida, son algunos de los nombres
utilizados para entender un mismo fenómeno: el hambre de libertades
de la juventud española tras los cuarenta años de represión. En
España, pensar y sentir de manera diferente y disidente,
especialmente durante los últimos años de la dictadura, se
convirtió en un sello de identidad, estabas en el rollo o no
estabas, y los que estaban lo sabían, se reconocían, perteneciesen
a la tribu que fuera, y el rollo era el rollo: sexo, droga y
rock´n´roll. Cuarenta años de tedio cultural, silencio democrático
y férrea censura, tanto política como moral, sembraron entre la
juventud española de los ´60, una semilla que consagró su
primavera a mediados de los ´70, tras la agonía del régimen
fascista, casi una década después de aquel mítico´68, que siempre
nos sonó a ´69, y que al sur de los Pirineos, más que una
revolución, fue una rebelión en las aulas.
Si
bien es cierto que un determinado sector de la burguesía española,
la gauche
divine,
durante las década de los ´50 y ´60, había mantenido una evidente
oposición al régimen franquista, es entre 1975 y 1986, cuando se
da el fenómeno de masas que terminamos conociendo como la
Movida.
Yo fui uno de aquellos jóvenes a quienes hicieron mayor de edad por
decreto, en octubre de 1977, cuando rebajaron el límite de la misma,
de los 21 a los 18 años, para asegurar el triunfo del Referéndum
sobre la Ley para la Reforma Política en España, convocado en diciembre de
1977. La juventud española era el pulmón de oxígeno para la
recién estrenada “democracia”,
y con ese mismo ímpetu juvenil invadimos las calles de aquella
sociedad apulgarada y con olor a naftalina, que durante tantos años
había sido tutelada y administrada por el clero y el ejercito.
En
poco tiempo pasamos del blanco y negro del Nodo
(el noticiario franquista), al colorido heterogéneo, lúdico y
contestatario, de los movimientos sociales, políticos y
contraculturales. Frente a la cultura del discurso único, del orden
establecido, de los valores patrios, floreció una conciencia cívica
y crítica contra el sistema. La sociedad uniformada dejó paso a una
sociedad multicolor, que se vertebraba en movimientos y tribus de
toda índole: sindicalistas, ecologistas, feministas, anarquistas,
libertarios, hippies,
punks,
moods, rockeros…,
nacía la contracultura, la prensa alternativa, las concentraciones
reivindicativas, las comunas, los grandes conciertos, el diseño, los
fanzines, el cómic o la poesía, como arma cargada de futuro. Pero
al mismo tiempo, mientras las tribus adictas a la esperanza se
empeñaban en cambiar el mundo, otros ya estaban organizando la nueva
democracia, tutelada ahora por los grandes capitales y la economía
de libre mercado, para que nada ni nadie quedara fuera del redil. Como decía Tancredi a su tío Fabrizio, en la novela El
Gatorpartdo:
“Si
queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.
Después
de aquella década prodigiosa, durante los '90 y la primera década
del milenio, el underground
español
ya nunca será un fenómeno de masas, dejó de ocupar la calle y las
portadas de las revistas, para ser de nuevo margen, referencia y
culto de minorías. Sólo ahora, desde hace apenas un lustro, frente
a la nueva vuelta de tuerca, camuflada de crisis económica, parece
florecer un arte y una conciencia menos ingenua y más adaptada a las
nuevas fronteras, para soportar esta larga travesía del desierto
llamada España, una conciencia a caballo entre los movimientos de
indignados y las nuevas redes sociales, que vuelve a poner la
contracultura en la trinchera de las libertades.Tempus fugit.