viernes, 4 de abril de 2014

la movida y nosotros que la quisimos tanto


La tan cacareada “transición española”, lejos de ser una referencia democrática, parece más una chapuza política, reconvertida en modelo para blanquear repúblicas bananeras, que dio con su ley de punto final, carpetazo a los crímenes de lesa humanidad, cometidos bajo la dictadura del general Franco, fue un desafortunado y apresurado desatino, por pasar en blanco una de las páginas más negras y tristes de la historia de España. La transición podría tener su acta de nacimiento, el 20 de noviembre de 1975, con la muerte del dictador, y su acta de defunción, el día 12 de marzo de 1986, con el referéndum de entrada de España en la OTAN. Entre éstas dos fechas tiene lugar el solsticio del undenground español, una efervescencia cultural y política que iluminó el más utópico de sus horizontes, durante las Jornadas Libertarias Internacionales de la CNT- AIT en Barcelona, en julio de 1977, y su equinoccio, el 23 de febrero de 1981, durante la intentona golpista, que termina por lavar la imagen, y dar patente de corso, a la monarquía española restaurada por el dictador.



El underground, la contracultura, el rollo, la movida, son algunos de los nombres utilizados para entender un mismo fenómeno: el hambre de libertades de la juventud española tras los cuarenta años de represión. En España, pensar y sentir de manera diferente y disidente, especialmente durante los últimos años de la dictadura, se convirtió en un sello de identidad, estabas en el rollo o no estabas, y los que estaban lo sabían, se reconocían, perteneciesen a la tribu que fuera, y el rollo era el rollo: sexo, droga y rock´n´roll. Cuarenta años de tedio cultural, silencio democrático y férrea censura, tanto política como moral, sembraron entre la juventud española de los ´60, una semilla que consagró su primavera a mediados de los ´70, tras la agonía del régimen fascista, casi una década después de aquel mítico´68, que siempre nos sonó a ´69, y que al sur de los Pirineos, más que una revolución, fue una rebelión en las aulas.



Si bien es cierto que un determinado sector de la burguesía española, la gauche divine, durante las década de los ´50 y ´60, había mantenido una evidente oposición al régimen franquista, es entre 1975 y 1986, cuando se da el fenómeno de masas que terminamos conociendo como la Movida. Yo fui uno de aquellos jóvenes a quienes hicieron mayor de edad por decreto, en octubre de 1977, cuando rebajaron el límite de la misma, de los 21 a los 18 años, para asegurar el triunfo del Referéndum sobre la Ley para la Reforma Política en España, convocado en diciembre de 1977. La juventud española era el pulmón de oxígeno para la recién estrenada “democracia”, y con ese mismo ímpetu juvenil invadimos las calles de aquella sociedad apulgarada y con olor a naftalina, que durante tantos años había sido tutelada y administrada por el clero y el ejercito.



En poco tiempo pasamos del blanco y negro del Nodo (el noticiario franquista), al colorido heterogéneo, lúdico y contestatario, de los movimientos sociales, políticos y contraculturales. Frente a la cultura del discurso único, del orden establecido, de los valores patrios, floreció una conciencia cívica y crítica contra el sistema. La sociedad uniformada dejó paso a una sociedad multicolor, que se vertebraba en movimientos y tribus de toda índole: sindicalistas, ecologistas, feministas, anarquistas, libertarios, hippies, punks, moods, rockeros…, nacía la contracultura, la prensa alternativa, las concentraciones reivindicativas, las comunas, los grandes conciertos, el diseño, los fanzines, el cómic o la poesía, como arma cargada de futuro. Pero al mismo tiempo, mientras las tribus adictas a la esperanza se empeñaban en cambiar el mundo, otros ya estaban organizando la nueva democracia, tutelada ahora por los grandes capitales y la economía de libre mercado, para que nada ni nadie quedara fuera del redil. Como decía Tancredi a su tío Fabrizio, en la novela El Gatorpartdo: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.




Después de aquella década prodigiosa, durante los '90 y la primera década del milenio, el underground español ya nunca será un fenómeno de masas, dejó de ocupar la calle y las portadas de las revistas, para ser de nuevo margen, referencia y culto de minorías. Sólo ahora, desde hace apenas un lustro, frente a la nueva vuelta de tuerca, camuflada de crisis económica, parece florecer un arte y una conciencia menos ingenua y más adaptada a las nuevas fronteras, para soportar esta larga travesía del desierto llamada España, una conciencia a caballo entre los movimientos de indignados y las nuevas redes sociales, que vuelve a poner la contracultura en la trinchera de las libertades.Tempus fugit.