sábado, 1 de noviembre de 2008

los años prodigiosos

uno de los textos que más me sorprendió de los que se leyeron en valencia, por lo inesperado y entrañable del mismo lo firmaba sefa.

hace casi treinta años que no sabía nada de ella, treinta años se dice pronto.... no puedo más que quitarme el sombrero y dedicarle la mejor de mis sonrisas, ella ha sabido como nadie rescatar ese lugar en el que todavía somos visibles.... gracias sefa

ahí va el texto......


"Uberto Stàbile. Un homenaje a la diferencia"

En el año 1979 yo solía escribir relatos en las servilletas de los bares. Se trataba de relatos muy cortos, porque las servilletas eran normalmente muy pequeñas, y mi letra bastante grande. La mayoría de esas servilletas garabateadas terminaba embadurnada de mayonesa, arrugada, hecha una bola blanca al lado del resto no comido del bocadillo. Pero unas pocas merecieron el honor de ser guardadas en el bolso, y quizás después, si tenían esa suerte, transcritas a un folio blanco.
Y guardando y compartiendo esos folios fui invitada casi por azar a una reunión del colectivo “Bananas”, un grupo de jóvenes que tenían esa misma manía de escribir.
Yo acudí ilusionada a la primera reunión... pensaba que si todos escribían, lo harían en servilletas, y que contarían cosas semejantes a las que a mí me obsesionaban.
La reunión era en casa de Uberto. Desde el primer momento me quedó claro que si allí, alguien era el líder, lo era él.
Uberto Stabile era un propulsor. Sabía, contaba, asociaba, inventaba a un ritmo tal que todos parecíamos a su lado una banda de catetos.
Uberto me animaba e irritaba a un tiempo.
Supongo que yo, entonces, no podía ni sabía entenderlo: las imágenes que lo alimentaban las había encontrado él en libros que yo aún no había leído.
Las prisas de vivir de Keruac lo devoraban, mientras que yo andaba por entonces fascinada por otra K, la de Kafka.
Yo no sé si él conocía o no a mi amado Kafka, o simplemente le parecía un viejo aburrido y sin interés.
Y al ver a Uberto correr de esa manera me preguntaba: ¿Adónde va?
Yo prefería sentarme en las fuentes barrocas de los Jardines de Monforte para ver correr durante horas el agua sobre el mármol.
Uberto era profundamente generacional, mientras que yo coqueteaba con verdades y eternidades. En mi armario ropero aún estaba colgado un carboncillo del rostro de Rilke con el texto de su epitafio:
¡Oh, rosa! contradicción pura
placer de no ser
sueño de nadie
debajo de tantos párpados
Uberto escribía urdiendo complicidades entre el rock, el blues y el pop. Ni un solo verso era comprensible para alguien que no conociera la cinematografía estadounidense. Cubitos de hielo y automóviles se enseñoreaban por sus estrofas.
Mientras tanto yo estaba inventando el realismo mágico sin saber que ya estaba inventado.
Resumiendo: ambos estábamos buscándonos, cada uno a su manera y ritmo. Y si él era profundamente norteamericano, yo era una alemana impenitente.
Lo reconozco... él y yo nunca fuimos amigos. Éramos demasiado distintos, éramos unos extraños. Pero sin embargo nos respetamos, quizás admirado secretamente, y hasta colaborado en un libro colectivo: “Con los pies a remojo”.
Y, siguiendo con las confidencias... diré que años después sí que pude entender a aquel Uberto que conocí.
A pesar de tantos años no he olvidado algunos rasgos de su locura. Porque aunque tuviéramos que soportar estoicamente en aquella fría nave los mamporrazos que daba a su nueva batería, que él se empeñaba en llamar solo de percusión; lo queríamos, porque Uberto era Uberto, y era mucho Uberto.
Sefa Bernet