viernes, 9 de abril de 2010

arde flipovic





















Rafael Delgado es hombre de palabra, en el amplio sentido de la misma, y valga la redundancia. Hombre de palabra en la cual confiar y hombre de letras al que leer siempre con placer y admiración. Quienes lo conocen y tratan saben que Rafael en sí mismo es literatura, es un narrador oral, y poeta que sabe conquistar nuestros corazones y oídos con una imaginación desbordante y un lenguaje propio, que le confiere una inconfundible y singular personalidad literaria. Pero más allá de esa capacidad para comunicar sobre la lona de la literatura, del cuerpo a cuerpo, la de las conversaciones y la oralidad, Rafael es un escritor consumado y aunque casi inédito, también lo es de largo recorrido. Se considera, y no sin razón, un poeta que escribe novelas, pero lejos de la prosa relamida y amanerada de otros poetas venidos a novelistas, su obra cargada de aciertos poéticos, no deja duda alguna sobre la naturaleza narrativa de su escritura.

“Arde Flipovic” es la primera novela publicada de Rafael Delgado, pero es sólo el adelanto de una camada de textos que agazapados en el cajón de su estudio, ese remedo de Magical Mystery Tour, ya están buscando editor. Flipovic amaneció al mundo bajo el nombre de Anatoli una mañana de Hojas Grises en uno de los mejores libros de este poeta onubense que ahora nos muestra su cara más prosaica.

Recuerdo que al llegar a Huelva en el año 1991 tuve la oportunidad y el tiempo de leer buena parte de la poesía que en aquel entonces se publicaba en la provincia. Venía de lejos y sinceramente no conocía a ninguno de aquellos poetas locales que bailaban en los sobrias y desvencijadas estanterías de la Casa Museo Zenobia y Juan Ramón Jiménez. He repetido muchas veces que después de aquel empacho de poesía onubense, sólo dos nombres me dejaron el poso de modernidad y frescura que andaba rastreando, para sentirme de nuevo frente a la senda de la contemporaneidad.

Rafael Rodríguez Costa y Rafael Delgado trazaban el contratiempo, la inflexión, en el conjunto de una poesía que todavía rendía pleitesía y culteranismo y la tradición. Entre los versos de aquel libro de Rafael, ”Hojas grises”, el personaje que hoy nos reúne ya apuntaba maneras:

“Y es la vida quién escribe mi nombre:
Anatoli Flipovic”

El tiempo es una pieza más del juego para quienes entienden el ajedrez como un arte donde la razón se convierte en emoción, y ahora frente a este tablero de los años, como si se tratara de un enroque, Flipovic es quien escribe parte de su vida. Un texto a caballo entre lo biográfico y lo onírico. La memoria de un tiempo y un lugar que a ustedes indudablemente les ha de evocar muchos más recuerdos que a mi.

Pero no les voy a contar aquí la novela de Rafael, no se asusten, las novelas se leen no se cuentan, sólo quiero adelantar algunos condimentos de un plato que han de saciar con provecho y fundamento a su debido tiempo.“Arde Flipovic” es una novela río, de aliento, parece escrita de un sólo golpe, y reúne todos los ingredientes para convertirse en ese texto de referencia emocional y generacional de quienes vivieron las turbulencias del siglo XX en este paraíso perdido en el que todavía soñamos y llamamos Huelva.

Como si de su particular “Ulises” se tratara, Rafael Delgado traza en esta novela, a la manera de Joyce, un particular itinerario onubense, desprovisto quizá de tiempo, relojes y rumbo, por esos rincones tan genuinos, mágicos o cotidianos de una Huelva y Punta Umbría muchos más cercanas en el tiempo que en su espacio: la Isla Saltés, el Acebuchal, la Calle Ancha, el Cabezo de la Joya, Torre Arenillas, el Malandar, el Picacho, Torre Carbonera, la Rocina, los ríos Tínto y Odiel, La Rábida, el estero Domingo Rubio, el Parque Moret, el Conquero, el Chorrito, la Isla Bacuta, el Gran Teatro, el Cine Oriente, la Iglesia de la Merced, el Colegio de los HH Maristas, el Colegio Francés, la Placeta, el Bazar Mascarós, la Isla de Enmedio, el Club Naútico, el Balneairo de la Cinta, la Punta del Sebo, las Colonias, la Iglesia de San Pedro, el Molino de la Vega, la Plaza del Piojito, la Plaza de las Monjas, la Plaza de Toros, el Cinemar San Fernando, el Chimbito, etc.

Es además una suerte de cartelera de espectáculos, una gran enciclopedia del arte, una crónica sentimental y generacional donde vamos a reconocer buena parte de los mitos, iconos y referencias de buena parte de la cultura contemporánea, de esa España en blanco y negro que poco a poco volvimos a colorear y desnudar para olvidar el pozo de la historia en el que habíamos caído. Un texto donde las referencias al cine son constantes: “Fray Escoba”, “Adiviana quien viene esta noche a cenar?”, “La jauría humana”, “La escopeta nacional”, “El Guateque”, “El cartero siempre llama dos veces”, “Rebelde sin causa”, “Candilejas”, “Ellos las prefieren rubias”, “Gilda”, “Amarcord”, “La Diligencia”, “West Side Story”, etc. y también a sus protagonistas Gary Cooper, Charlon Heston, Marilyn Monroe, los Hermanos Marx, Jessica Lange, Elizabeth Taylor, Brigitte Bardot, Sofía Loren, Silvana Mangano, Ingrid Bergman, Kin Novak, etc.

El libro de Rafael Delgado es además una especie de calidoscopio del vocabulario donde se cruzan, forman y retienen hermosas palabras que ya casi son parte de nuestro acerbo y poética como pueblo; chipichangas, bayunco, marabuja, lentiscales, gazapón, calamones, pagazas, jumera, tranca, trochas, morlaco, albiñocas, quiclas, gamboa, etc.

Este gran texto que cuenta la saga familiar del omnisciente protagonista, de sus padres Mercedes y Apolonio de las Mareas y de su abuelo, el pintoresco Juan de las Ideas, esposo de Dolores, a caballo entre los guiños de Portus Maris (Huelva) Punta Estuaria (Puta Umbría) y ese amplio horizonte de mundos remotos en los que el autor navega. “Arde Flipovic” puede leerse como una historia dentro de otra historia, como un gran jeroglífico, como rompecabezas o mosaico, una singular travesía por un texto repleto de referencias a la identidad y el mestizaje cultural de una tierra hermosa y milenaria, que a veces se cierra sobre su propio ombligo. Y dentro de esta lectura una nueva que nos adentra en el conocimiento emocional.“Arde Flipovic” también podría considerarse como un ensayo singular y plural, de lo concreto a lo universal, que habla del amor, ese motor del mundo que avanza generación tras generación a tropezones entre el deseo y los afectos, y que cada día nos hace un poco mejores.

“Aquella noche se preguntaba, mirando el firmamento, cómo y qué había sucedido para realizar aquel sueño, para tratar de asimilar qué hacían envueltos y entrelazados en una habitación de un hotel de Londres, cuando toda una vida anterior los poseía de repente y se abrazaban con una antigua ansiedad acumulada en un deseo venido desde muy hondo, llegado como los pájaros migratorios desde muy lejos, haciendo realidad la idea de los enamorados que suelen enarbolar la bandera de un mundo que si no existe es necesario inventar”