domingo, 19 de julio de 2009

brindis


el domingo pasado manuel vicent firmaba en el diario el país una columna genial de esas que llegan en el momento justo el dia más apropiado. se titulaba brindis y comenzaba asi:

"alguna gente madura, tal vez la más lúcida, suele pensar con acierto que lo mejor que tiene la juventud es que ya pasó. fue una época breve y radiante, romántica y vigorosa, pero también llena de luchas, temores, dudas, celos y rivalidad. alrededor de los 50 años, en cualquier biografía llega un momento en que el caballo de fuego que uno llevaba dentro comienza a perder la ansiedad en el galope y aun sin abandonar la curiosidad ante la vida siente que hay que tomarse las cosas con más calma. a qué viene tanta prisa, se dice a sí mismo una mañana. de pronto uno se da cuenta de que no tiene que correr detrás del autobús ni necesita presentarse ya a ningún examen ni le inquietan las modas ni se ve obligado a cambiar de costumbres y cada día le importa menos lo que piensen de él los demás. no ha dimitido de ninguna idea ni ha cambiado de bando. le siguen cabreando los mismos políticos, las mismas injusticias, los mismos fanáticos, los mismos idiotas, pero no está dispuesto a que ninguno de ellos le estropee una buena digestión."

mañana me tocará a mi, y brindaré, pero llevo celebrando esta frontera desde hace ya algún tiempo. y es bueno que de vez en cuando alguien nos recuerde lo hermoso, sano y conveniente que resulta cumplir años, y más que cumplirlos, llevarlos con dignidad y cierta elegancia. cumplir años no nos convierte exactamente en mejores personas, ni siquiera en seres más inteligentes, quizá ni sea causa alguna para la felicidad, no todos bebemos la experiencia de la misma fuente, conozco muchos maduros que son todo menos buenas personas, perfectos imbéciles capaces de arruinar sus vidas y lo peor, la de quienes les rodean. pero esos ya no nos inquietan ni nos roban el sueño.

es bueno detenerse y observar, tener la perspectiva que nos dan los años cumplidos, limpiarse por dentro de la ansiedad que nos han contagiado, dedicarse tiempo para entender muchas cosas que hicimos demasiado rápido, y saborear con delicada y sabia percepción el vino de una vida que madura y reflexiona entre el silencio y la paz de este nuevo atardecer.