domingo, 30 de diciembre de 2007

ese ángel que nos mira











al amanecer las calles desiertas del viejo Oporto son frías y húmedas, son como el decorado de algún teatro antiguo y abandonado a su propia suerte, el tiempo les pertenece y cada una de sus cicatrices, de su lento trasncurrir, las convierte en damas misteriosas por las que transitan personajes imposibles : rezagados noctámbulos y precoces vendedores de cualquier cosa, mezclados con gatos, gaviotas, inviernos y barrenderos

recuerdo que la noche anterior la selección nacional de fútbol había logrado clasificarse en alguna eliminatoria y las calles destilaban un hedor a fiesta trasnochada, donde una alfombra de latas, botellas y vasos de plástico daba fe y testimonio del ardor patriótico

al iniciar el ascenso por una de las calles que desembocan en el Duero empecé a escuchar una música lejana y familiar, una hermosísima versión del clásico de Marvin Gave, "Whats Going On", traté de buscar con la mirada de dónde procedía aquella melodía y de pronto me topé con ella, mirándome desde su atalaya, absolutamente delicada y sensual, bajo una melena negra caprichosamente mecida por el viento, ajena al dolor y la alegría, desnuda y flanqueada por dos majestuosas alas rojas, allí se alzaba ella, contemplando el amanecer de la ciuadad, parecía una vela encendida en mitad de la tormenta, tan incomprensible como adorable

ingenuo de mí creí imaginar que había permanecido allí toda la noche, adivinando el momento en que mis ojos acabarían por descubrirla, pero no era así, ella llevaba toda su vida encaramada a ese balcón desde el que oteaba un horizonte que todos soñamos y que pocos alcanzan

no recuerdo el momento excato en el que se instaló en mi mermoria, pero seguro fue mucho tiempo antes de haberla encontrado, porque en aquella ocasión, como en tantas otras, también ese momento yo, ya lo había vivido.

inquietante tabú



Escribo poesía porque no sé escribir música. Si algún Dios se hubiera apiadado de mi, antes me hubiera concedido el don de interpretar los sonidos de la naturaleza. Expulsado de ese Paraíso me dedico a escribir poemas como un proscrito en busca de la música perdida, esos mínimos versos cotidianos que hablan de lo que me urge y añoro, el debe y haber de quién prefiere morir soñando que vivir dormido.

En mis poemas conviven el tiempo fugitivo y el amor cumplido, la delincuencia del deseo y todas las contradicciones que hacen de mí un ser político y caótico. Creo en el amor como fuente de toda resistencia y entrega, metáfora de cuanto singular y plural convive dentro de mí. Es el intermedio entre lo divino y lo humano, esa razón que me libra de ser sólo una razón de ser.

Me preocupa el mundo en el que vivo, el lugar dónde lo habito y el amor con que lo hago, y es este amor el que aligera las maletas del tiempo, y escribe la música de mis olvidos.

Mis ojos son los de un niño que no deja de sorprenderse frente a la turbadora armonía de la naturaleza humana. Me interesa más la emoción que la perfección, el duende que el príncipe, el milagro que la fe. Sólo así puedo entender que un poema de amor se convierta en un acto radical, de resistencia, de compromiso con la realidad y más allá, de compromiso con las ideas, con los sueños, con las utopías.